miércoles, 30 de julio de 2008

EL HOMBRE QUE SEGUIA LA PISTA DE LOS MUERTOS

UN HOMBRE QUE SEGUIA LA PISTA DE LOS MUERTOS.
Por: Marco Tulio Burgos Córdova.


Siempre esperaba el bus en la misma estación. Todas las mañanas salía rumbo al trabajo con mucho tiempo de anticipación para evitar las tensiones agrupadas, las carreras, los encontronazos, las agresiones de los desesperados que pretenden excusar sus llegadas tardías a punta de insultos y avasallamientos. Cuando se vive en una ciudad como Tegucigalpa, sin espacios, sin paseos, sin reposos, sin silencios, sin geografías placenteras, se requiere un ejercicio intimo para mantener el ritmo personal que permita una existencia liviana.
En uno de esos momentos tempranos en los que el tórrido calor apenas despierta y aun los miles y derruidosos carros no levantan esa fastidiosa neblina polvorienta, fue que lo descubrí. No era que el no hubiera estado antes en ese lugar, sino que hasta ese momento me hice consciente de sus existencia.
Se acerco a la gran caja de metal empotrada bajo el solitario y sobreviviente árbol, con un ordenado fajo de papeles que parecían perfectamente empacados, cerro la caja y con cara de satisfacción se fue del lugar.

El acto sencillo y cotidiano me llamo la atención. En primer lugar la caja era una de esas de la compañía telefónica que uno puede suponer llenas de alambres y conexiones y que están lejos de tener espacio para guardar papeles. En segundo lugar no era un sitio para tener un archivo se trataba de un sitio abierto y publico, en tercer lugar el personaje tenia de todo, menos cara de trabajador de Hondutel.
Me acerque a la misteriosa caja y trate inútilmente de mirar algo a través de sus ranuras pero la oscuridad interior era total, me fije bien que el candado se trataba de unos de esos muy grandes, que se me antojo distinto a los utilizados corrientemente para asegurar esas cajas.
El bus paso por mi estación y no pude seguir con mis inexpertas indagaciones pero la intriga era definitiva, a la mañana siguiente me coloque en un lugar desde el cual podía observar dentro de la caja, en caso de ser abierta por aquel extraño individuo conseguí prestado unos larga vistas y no tuve que esperar mucho tiempo. A la misma hora del día anterior, el mismo delgado hombre mayor vestido con un viejo traje y una de esas corbatas extremadamente delgadas, llega al sitio con otro fardo similar de papeles abrió la caja metálica los introdujo y pude ver desde mi puesto de observación un archivo exquisitamente ordenado y señalado.
Me acerque a don Juan después supe que así se llamaba, sin que sintiera mis pasos y lo salude con respeto a pesar del gran susto que le provoque, cerro a toda velocidad las puertas y coloco con destreza de mago el gran candado con la calcamonia de un mulin. Después de insistir y hablar repetidamente con el en varias ocasiones, me cito en un café de la ciudad y allí me contó su plan.
Hasta ahora me atrevo a contarlo y serle infidente, porque Don Juan murió hace un tiempo. El tenía 35 años de trabajar en el Registro Civil en el área de la Inscripción de Defunciones, apuntaba el nombre, la edad y circunstancias de la muerte de cada una de las personas que morían y poco a poco había desarrollado la costumbre de asistir a unos velorios, sobre todo a los de personas mayores y averiguar algunas cosas personales de los difuntos. Nada que no fuera sencillo contar para los familiares, Don Juan preguntaba sobre los lugares preferidos de la ciudad que tenia el muerto, así se fue danto cuenta como los viejos capitalinos pasaban en vida largos ratos en las bancas del Parque Valle, del Herrera o de La Libertad. Los rincones de las iglesias el Monumento a la Paz, El Picacho, La Concordia, El Obelisco, La Leona y otros sitios como el Manuel Bonilla, La Merced, El Alfonso Trece, Bellas Artes y el Correo. Don Juan me contó entonces que el escribía sobre esas preferencias a la par de una copia del Acta de Defunción de cada personaje escogido y lo decoraba para enviárselo, alguna vez a los familiares del muerto.
Pero nunca se atrevió a enviarlo por miedo de generar mas dolor en los dolientes, así que fue acumulado y preparando en pequeños y decorados fardos de papel, aquellos extranos documentos clasificados segun fecha de Defuncion. Un dia se le ocurrio que buscaria un lugar en la ciudad donde dejarlos, pensando que tal vez el espiritu de todos los muertos y su cariño por los pocos lugares agradables de Tegucigalpa, harian que los vivos tuvieramos un poquito mas de considerancion por esta ciudad en la que vivimos, en la que con seguridad moriremos y a la que podriamos mejorar si quisieramos.
Don Juan construyo un monumento para crearle un alma a esta ciudad que perdio su eter en medio del ruido, la basura, las aceras rotas, el polvo los ruidosos carros y nosotros, sus asquerosos habitantes.
En realidad Don Juan no se llama Don Juan y nunca trabajo en el Registro Civil, ni tampoco el archivo secreto se encuentra en una caja metalica abandonada por Hondutel. Pero por alli esta el monumento, yo se que si.

Recopilado por Abogado JORGE FERNANDO MARTINEZ GABOUREL

Oficial Capacitacion Registro Civil Honduras ahrbom@yahoo.com

No hay comentarios:

EL COVID 19 Y EL REGISTRO CIVIL AUDIO